Nueva York, Schrödinger

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Viví dos meses en Estados Unidos (cosas de la vida). Cuando se lo cuento a los amigos, la pregunta inmediata es: «¿Estuviste en Nueva York?». Es una pregunta que siempre me ha parecido desconcertante, ya que, aunque la respuesta se supone sencilla (sí o no), en mi caso no es fácil responder a ella.

El caso es que yo me dirigía al centro (Wisconsin y un poco de Chicago), pero mi avión desde España aterrizó en el John F. Kennedy para hacer transbordo. Por problemas de la compañía, el avión canceló el vuelo y la compañía —supongo que en 1992 las palabras «estilo« y «responsabilidad» tenían otros sentidos— alojó a los pasajeros en una avión próxima a la misma terminal.

A la mañana siguiente, un autobús nos recogió y nos devolvió a la sala de espera del aeropuerto.

La pregunta es ¿estuve o no estuve en Nueva York? Resulta evidente que NO estuve en el Nueva York al que hace referencia la pregunta (Quinta Avenida, Brooklyn, Manhattan, etc.), aunque físicamente Sí estuve en Nueva York. En ese sentido, puede decirse que, al igual del famoso gato de Schrödinger, estuve y no estuve en Nueva York al mismo tiempo.

Imagino que esto puede extenderse a mil y un aspectos de mi vida.

Mi novela maldita

 

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Cada doce o trece años me invade una sensación de desasosiego. La primera vez tuvo lugar cuando acometí la tarea de escribir la historia que he vuelto a terminar hoy mismo. Fue en 2005 o 2006, no lo recuerdo muy bien. Era una historia muy anterior a las que quizá alguno de vosotros y de vosotras conozcáis. Y también muy diferente.

En aquella ocasión, la historia adoptó la forma de guión cinematográfico que no terminó de llegar a ninguna parte, y supuso el inicio de mi alejamiento de la escena cinematográfica en la que comenzaba a despegar tímidamente (he destruido todo el material que he encontrado perteneciente a esa época. Lo sé. Rarezas de escritor).

Registré el guión y lo olvidé el guión en un cajón. También me olvidé de mis aspiraciones fílmicas —que no de mi cinefilia—. Como buen cowboy solitario, emprendí mi viaje de regreso hacia la literatura tradicional, que me permitía seguir contando historias a mi ritmo y sin las particularidades propias del mundo del cine.

Durante este tiempo han sucedido muchas cosas. En líneas generales, puedo decir que mi cabezonería y unos cuantos golpes de buena suerte han conseguido que, después de varios bandazos, haya logrado meter las narices en el panorama literario. Otros acontecimientos me siguen sorprendiendo, como el hecho de fichar por una editorial estupenda, de trabajar con una editora fabulosa y de formar parte de una agencia literaria que, en menos de dos meses desde el lanzamiento de mi última novela, ha conseguido vender los derechos de traducción a cinco países (y otras cartas que nos guardamos bajo la manga ^_^).

El caso es que, con otra novela calentando motores, me dispuse a darle otro enfoque a aquella historia, y decidí convertirla en una novela. La que acabo de terminar (perdonad que lo repita, pero es que la tensión entre los deseos de compartir la noticia con vosotros y con vosotras y el estupor se hace patente en mí).

¿Por qué digo que se trata de una historia maldita? ¿Por qué una novela maldita? Porque no va a ser publicada de momento. En realidad, espero volver a retomarla en forma de guión en un futuro próximo. ¿La razón? Tal y como también considera mi adorado maestro Guillermo Arriaga, hay historias que deben ser novelas y otras películas; funcionan de un modo y de otro no y viceversa.

¿Qué puedo añadir? Únicamente transmitiros mi sorpresa al advertir que esta cruda y tensa historia, alejada de mi estilo amable y relajado, tal vez llegue a vuestras manos o a vuestros ojos y oídos no antes de 2025. Si es que lo hace. Y, de acuerdo a la experiencia, no las tiene todas consigo 😎

 

[¿Y qué decir del título? Mantengamos el suspense… Por el momento]

 

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¿Qué viene después?

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La semana que viene anunciaremos otros dos países que se han hecho con los derechos de traducción de La abuela que cruzó el mundo en una bicicleta. A la lista ya se suman Alemania, Bulgaria y Grecia. ¿Quiénes serán los próximos?

La próxima semana lo sabréis.

Por mi parte, no puedo estar más agradecido a mi agente Sandra Bruna. También a mi estupenda editora Rocío Carmona y al resto de Urano.

Por supuesto, os recuerdo que vosotros y vosotras YA podéis haceros con un ejemplar de la novela y empezar a vivir antes este pequeño viaje mágico.

La revolución de los alfajores

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Hoy hace un mes justo que La abuela que cruzó el mundo en una bicicleta (Ediciones Urano) aterrizó en todas las librerías españolas.

Es muy pronto para hacer una valoración de la acogida que está teniendo, pero sí cabe dar las gracias a un montón de personas sin las cuales esta aventura no habría sido posible.

A fecha de hoy (¡un mes después del lanzamiento!), puedo decir que la novela ha vendido los derechos de traducción a Alemania, Bulgaria y Grecia. Y hay más sorpresas que iremos desvelando poco a poco. Todo esto no habría sido posible sin el trabajo de mi agente Sandra Bruna y su fabuloso equipo.

Desconozco cómo está funcionando la novela en nuestro país (de vosotros y de vosotras depende esto), y me gustaría que fuera bien, ya que Urano depositó su confianza en mí en primer lugar y quisiera demostrarles que estaban en lo cierto.

He dejado para el final la persona más importante dentro de este proceso: mi querida editora, y brillante escritora, Rocío CarmonaSin su intuición, su valentía y su buen hacer, este sueño no habría podido tener lugar. Mi deuda con ella es infinita.

Escribo esta nota un tanto prematura ya que, con independencia de las ventas (que espero que sean muchas 😎), estoy muy orgulloso y agradecido por el trabajo y la fe de la editorial. Todo el equipo se ha volcado en mi trabajo y me he sentido muy arropado.

Por cierto, si queréis participar en el sorteo de tres ejemplares de la novela y unas cajas de alfajores, podéis echar un vistazo al concurso que ha organizado Urano. ¡Sólo quedan unos días!

Avance de «La abuela que cruzó el mundo en una bicicleta»

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Cubierta: Luis Tinoco.

 

 

Ya tenemos fecha de lanzamiento de La abuela que cruzó el mundo en una bicicleta (Urano): 15 de octubre de 2018. La información, así como la sinopsis y mucho más, apareció en primera instancia en la web de Agapea. También los lectores y lectoras pudieron conocer de este modo la maravillosa cubierta diseñada por Luis Tinoco.

 

Aunque iremos ampliando la información, me gustaría señalar que, más allá de la redacción de la novela, este trabajo no habría sido posible sin la colaboración de Flu —mi esposa— y mi hijo Adri, quien realizó las ilustraciones que aparecen en el interior.

 

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Imagen: Adri Ródenas.

 

Indudablemente, siento una enorme deuda de gratitud hacia mi fabulosa editora (y no menos brillante escritora) Rocío Carmonasin cuya ayuda y confianza este trabajo no habría visto la luz. También agradezco a Urano la oportunidad de llevar mi trabajo a un público totalmente diferente al que suelen ir dirigidas mis novelas.

 

Este pequeño libro mágico madura gracias a los cuidados de personas como Énkar Neil, que se ocupa del visual (y añade su toque de poesía), o de Juan Bermúdez, quien, en colaboración con Juandi Aznar y el resto de su equipo, está realizando un booktrailer totalmente atípico que en breve podremos compartir con vosotras y con vosotros.

[Me enorgullece mencionar que Énkar, Juan y Juandi han sido alumnos míos en la Facultad de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Murcia: me gusta predicar con el ejemplo y demostrar que confío en las capacidades de estos jóvenes.]

 

Dentro de las actividades paralelas que están previstas, y de las que os iremos informando después de verano, se halla la adaptación de la novela al circo. Una «pequeña» compañía compuesta en su mayoría por mujeres está dando forma acrobática al relato (¡y yo no puedo estar más contento!).

 

A modo de «hasta luego», añadiré que se ha creado el hashtag #DoñaMaruDice para seguir toda la información a tiempo real y que podéis contar con mi agente Sandra Bruna para cualquier asunto relacionado con la contratación.

 

¡Comienza el viaje!

¿Te atreves a subir en esta bicicleta?

La música del ¿azar?

Con cariño para Cañailla y Marian

Con cariño para Alberto y Jawad

 

El extraño acontecer de los sucesos de la vida cotidiana me fascina. Siempre lo ha hecho. Como persona poco dada a creer en las casualidades y sí en la existencia de un fino hilo que nos conecta con todo y con todos, debo reconocer que lo más saludable consiste en limitarse a disfrutar del espectáculo, asumiendo que, en última instancia, no podremos abarcar la totalidad de la partida cósmica.

Pensaba en esto anoche, mientras Flu —mi esposa— y yo visitábamos la magnífica casa nueva de unos amigos. Se preguntaban cómo se las arreglaría sus gatita en ese nuevo escenario (si amas los gatos tanto como yo, sabrás lo que les cuesta adaptarse a los cambios). No hubo necesidad de responder a la pregunta, pues un enorme y cariñosísimo gato macho se presentó en el jardín… Para no marcharse jamás. Tuvimos claro que sería su cicerone y nos entregamos a la celebración.

Ver cómo un mensajero hace su aparición en la escena resulta algo fascinante. Si tienes los ojos abiertos, adviertes sin dificultades que su llegada no es fruto del azar.

Seguí pensando en eso y en cómo la noche anterior, mientras cenábamos con otros amigos, recibí el whatsapp que me ha movido a escribir estas líneas.

En él, una amiga, vía audio, me contaba lo siguiente: había ido a recoger a otro amigo que llegaba de Japón. Venía con unos papeles impresos para leerlos durante el vuelo o algo así. Al preguntarle mi amiga qué era eso, él chico respondió que un artículo. Concretamente, un artículo sobre el bushido escrito por un tal… «¡¿Gabri Ródenas!? ¡Pero si es mi amigo!», exclamó ella.

Dado que nos separan 400 kilómetros de distancia, la anécdota me estremeció. Tan lejos, tan cerca…

También tú puedes leer la serie de artículos sobre el bushido que Zenda está publicando, y que ha dado origen a esta entrada.

Y si crees que esto es un cuento para colar publicidad, te diré un secreto: sigo guardando ese whatsapp ^_^.

Comunicado oficial sobre «La abuela que cruzó el mundo en una bicicleta»

Ya es oficial: este otoño, la prestigiosa Urano (El secreto, Louise Hay, Thích Nhất Hạnh, mis queridos Ecequiel Barricart y Andrés Pascual, Marianne Williamson, Amy Cuddy, Olivia Fox Cabane, y un larguísimo etcétera) publicará La abuela que cruzó el mundo en una bicicleta.

Me siento muy honrado y agradecido, en especial hacia mi editora Rocío Carmona, por la confianza depositada en mi trabajo.

Por lo demás, esta novela no habría podido ver la luz de no ser por mi infatigable esposa —musa, maestra, consultora y guía espiritual— Flu y mi hijo Adri (que ha diseñado varias ilustraciones que serán incluidas en la obra).

Celebro contar con todo vuestro apoyo y cariño en esta nueva etapa de la aventura que se nos presenta. A fin de cuentas, ya sabéis que nada de esto sería posible sin vosotrxs.

Podéis seguir toda la información también a través de Twitter a través del hashtag #DoñaMaruDice.

Gracias y abrazos.

 

 

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[La ilustración es promo art NO oficial]

Después de leer este artículo, la pornografía no te parecerá tan inofensiva

  

Tal vez te estés preguntando qué demonios hace un escritor hablando de pornografía. De modo que te responderé en pocas palabras: porque considero que se está convirtiendo un riesgo para la salud pública.

Al hilo de ciertos acontecimientos, bien conocidos por todos y todas, que guardan relación con una visión distorsionada de la sexualidad y las relaciones humanas, he considerado oportuno —ya no como escritor o filósofo, sino como padre y como hombre— dar un paso al frente y poner de manifiesto algunos de los riesgos de un «pasatiempo» para nada inofensivo. Me refiero al porno, claro que sí.

Conviene dejar claro que mi postura no tiene nada que ver ni con razones de carácter religioso o moralista, sino científicas y, por supuesto, con una motivación social. Asumo el riesgo de equivocarme, pues aún estamos en 2017 y los efectos de esta nueva «droga» sólo pueden preverse, pero señalaré algunos puntos que pueden ser clave para comprender hacia dónde nos dirigimos y cómo podemos cambiar el curso de los acontecimientos.

Digámoslo sin ambages: a fecha de hoy, los niños (y ya algunas niñas) están saturados de pornografía y material sexualmente estimulante desde mucho ante de haber mantenido relaciones sexuales reales con otra persona. ¿Qué va a suceder cuando pasen a la acción? Como mínimo, que partirán desde una concepción distorsionada de la realidad de las relaciones sexuales.

A falta de una educación sexual y afectiva, la pornografía ocupa ese lugar, convirtiéndose en la «escuela de sexo» de los más jóvenes. El problema es que los profesores, profesoras y directores del centro no están verdaderamente preocupados por el desarrollo afectivo y emocional de sus alumnos, sino única y llanamente en ganar dinero a toda costa. Si eso implica seguir ofreciendo una versión machista, degradante y cosificadora de la sexualidad, no importa. Lo que cuenta es el negocio.

¿Piensas que es casual que nuestros jóvenes sean todavía más machistas que sus padres o abuelos? Sigue leyendo.

Desafortunadamente, el asunto no acaba ahí.

En una sociedad que cree haberse liberado de las cadenas de los preceptos religiosos y moralistas (estos, normalmente, también inspirados en el verbo divino), el consumo de pornografía, si bien no es algo de que suela hablarse abiertamente, ha dejado de estar demonizado.

Esto no quita que, año tras año, las consultas médicas y psicológicas debido a problemas de adicción al sexo, cibersexo o la pornografía crezcan de manera exponencial. Y no sólo eso: por primera vez, gente cada vez más joven —incluso adolescentes— acuden a consulta aquejándose de problemas que tradicionalmente afectaban a individuos (hombres normalmente) mucho mayores, tales como la falta de deseo, la disfunción eréctil o la eyaculación precoz.

Tampoco yo había reflexionado sobre este asunto hasta que, casi por casualidad, documentándome para mis clases de deontología (sí, además de ocuparme de mis actividades literarias, soy profesor de deontología en el ámbito audiovisual), llegué a una charla TED impartida por Gary Wilson. Al principio, el escenario que Wilson dibujaba me pareció extraño y confuso. Algo que suele motivar que mi «sentido arácnido» se dispare. De modo que decidí investigar un poco más al respecto.

No tardé en toparme con las declaraciones de Gabe Deem, Noah Church o Alexander Rhodes, hombres jóvenes que, tras haber experimentado algunas de las disfunciones mencionadas anteriormente, decidieron abandonar la pornografía, la masturbación… e incluso el orgasmo (esto tiene truco. Esperad un poco). Además de sufrir tales inconvenientes, mencionaban problemas tales como la confusión mental, la depresión, la ansiedad, la culpa, el aislamiento, irritabilidad, fobia social, los problemas para establecer relaciones con personas de carne y hueso y no píxeles en una pantalla, etc.

 

Ya sé lo que estás pensando: siempre ha existido la pornografía —incluso en la antigüedad— y no parece haberle hecho daño a nadie. ¿Qué de malo iba a tener?

Conviene resaltar que el origen de los problemas que los detractores del porno mencionan se fija en la llegada de Internet de alta velocidad; la que ha permitido que en la actualidad cualquier chaval de diez o doce años (edad en la que se estima que se empieza a consumir pornografía hoy día) pueda ver más mujeres y hombres desnudos en diez minutos que sus antecesores en varias generaciones (o vidas). A diferencia de los formatos anteriores —fotografías, revistas, dibujos o incluso algún VHS—, Internet de alta velocidad favorece el denominado efecto Coolidge del que hablaré en un instante.

El efecto Coolidge, tal y como Gary Wilson sostiene, es el factor principal en la génesis de la adicción al porno.

 

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Explicaré dicho efecto Coolidge con un ejemplo. Imaginad que hay una rata macho al que se le ofrece una hembra para que pueda fecundarla. Al principio, el macho lo intentará hasta la extenuación. Mas este impulso irá agotándose de manera progresiva. Poco a poco dejará de mostrar interés en la hembra por mucho que ésta se preste a la cópula. Si a esa misma rata macho le proporcionaran otra hembra distinta, su interés y voracidad se reactivaría de inmediato. ¿Qué se sigue de aquí? Que tan importante como el acceso ilimitado al objeto de deseo resulta la variedad. Imaginad al antiguo consumidor de pornografía: por mucho que pudiera mirar y masturbarse con una misma imagen, acabaría cansándose. Y es aquí donde entra Internet de banda ancha, ya que permite tanto el acceso a casi todo el mundo y la descarga y visionado a tiempo real de imágenes y vídeos de contenido pornográfico cada vez más variado y extremo por las razones que señalaré más adelante. Todo en cantidades ilimitadas (ningún ser humano podría ya visionar todo el material pornográfico que existe).

¿Y cuál es el problema? ¡Tanto mejor! ¿No?

La cuestión es que el uso de pornografía —como de cualquier otra droga o incluso sustancia (como las que contiene la comida basura)— presenta un correlato fisiológico. En concreto, neurológico. Se ha estudiado de forma reciente la denominada neuroplasticidad del cerebro; cómo nuestro cerebro se adapta físicamente a los impulsos y estímulos que recibe. En otras palabras, que el cerebro no es estable e inmutable, sino que, de hecho, cambia estableciendo nuevas vías y redes neuronales.

Entre los diversos cambios que operan en él se halla en incremento de dopamina, un neurotransmisor conocido popular y un tanto erróneamente como la «hormona del placer», y la consiguiente necesidad de aumentar el consumo para mantener estables los niveles de dopamina. Esto es lo que le pasa a un alcohólico cuando necesita subir su dosis para que «le haga efecto». O a un drogadicto. O a un ludópata… Y no sólo eso, sino que también comienza a necesitar sustancias más fuertes: de la cerveza al whisky, de la marihuana a la cocaína… Indudablemente, no todo el mundo reacciona igual, pues cada cerebro es único. En cualquier caso, el consumo —especialmente el continuado— tiene un efecto o impacto en el sistema de recompensas del cerebro.

Aplicado al universo de la pornografía, podemos decir que esto se traducirá en pasar de unos minutos al mes o a la semana a unos minutos al día. Estos se irán convirtiendo en horas y, por el camino, el usuario (hombres en su mayoría, pero con un creciente número de mujeres) se encontrará a sí mismo o a sí misma husmeando en contenido cada vez más extremo y desagradable, hasta el punto de que lo que antes consideraba repugnante será lo único que consiga excitarle. Los pornógrafos conocen perfectamente este proceso y crean contenido cada vez más variado e intenso para satisfacer a una audiencia cada vez más insensibilizada.

Al mismo tiempo, su visión de la realidad de las relaciones sexuales se irá distorsionando lo que podrá ocasionarle no pocos inconvenientes en el futuro. A la objetización y «pornificación» de los demás se sumará una mayor desconexión entre creencias sobre el sexo y su realidad. Como Gabe Deem reconoció, había llegado un punto en el que no era capaz de ver a una chica guapa y pensar «qué sonrisa tan bonita o qué simpática» en lugar de imaginársela practicando cualquier acto sexual extremo.

Asimismo, como ya he señalado, la pornografía contribuye a seguir manteniendo vivo el machismo y la cosificación de la mujer, así como a normalizar una serie de prácticas y comportamientos del todo indeseables. De modo que resulta necesario preguntarse: ¿hay un «porno bueno»? La respuesta, a juicio de Gary Wilson, es no. Cualquier tipo de pornografía te va a afectar; lo único discutible es en qué medida.

 

Ante esta situación, e impulsados por las charlas de Wilson, su libro Your Brain Porn y el blog del mismo nombre, se han creado otras asociaciones, grupos de Reddit y comunidades destinadas a ofrecer información, apoyo y ayuda a quienes consideran que el porno ha dejado de resultar placentero y comienza a interferir en su vida laboral o personal. Las más activas son la fundada por Gabe Deem, Reboot Nation, y el proyecto No Fap.

Lo que estos grupos proponen es un programa de desintoxicación que, basándose en la idea de la neuroplasticidad, permita al cerebro recuperar su estado natural, su «configuración de fábrica»; un reseteo. El mecanismo es muy sencillo, si bien hay diversos programas y modelos.

Básicamente, el proceso consiste en superar un «reto», se recomienda un mínimo de noventa días, durante el cual el usuario se abstendrá de ver pornografía o cualquier otro contenido susceptible de resultar erótico (sí, nada de meter las narices en Facebook o Instagram o lo que sea en busca de perfiles de personas atractivas), de masturbarse y… de tener un orgasmo. Aquí es donde se establecen una serie de grados en función del compromiso, necesidades o intereses del rebooter. Si alguien tiene pareja, no padece disfunción eréctil u otra incapacidad, y desea mantener relaciones sexuales, no hay problema (aunque los partidarios del programa recomiendan abstenerse también de mantener relaciones sexuales durante el reseteo). No hay que olvidar que el objetivo de estos programas no es la promoción de la abstinencia como forma de vida, sino devolver al individuo al estado de sexualidad natural —natural en un sentido amplio, claro está—, sin la necesidad de un consumo de pornografía que o bien le dificulte relacionarse de manera adecuada con otras personas o bien le cause problemas en cualquier aspecto de su vida. Cabe recordar que estas asociaciones tampoco apelan a justificaciones religiosas o morales, sino de carácter científico.

A fin de ofrecer ayuda y apoyo a los interesados e interesadas, organizan foros abiertos donde cualquiera puede exponer sus dudas, preocupaciones o experiencias. En España también hay varios canales de Youtube que abordan la temática.

El movimiento va ganando cada vez más adeptos y en su espíritu se encuentra el deseo de transmitir una buena noticia: si eres adicto o adicta al porno, las vas a pasar canutas, pero no te preocupes. Hay solución. Y no sólo eso, podrías incluso llegar a convertirte en un «dios» o una «diosa» del sexo… saludable.

De nuevo, la clave reside en la educación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Unir los puntos en el cielo

¿Recuerdas aquel juego al que jugábamos de niños, el que consistía en unir los puntos numerados para descubrir qué dibujo aparecía al final?

Maru descansaba sus agotados huesos. Había sido un largo día. La bicicleta estaba apoyada a un árbol solitario que más tarde les daría cobijo.
El escritor engañado estaba junto a ella. Los dos miraban el cielo estrellado. Allí, en mitad del desierto, no había ni nubes ni edificios ni luces que dificultasen la visión de las estrellas.
—¿Ves esas estrellas? —dijo la anciana.
—Claro que sí. Son bellísimas y brillan como nunca.
—Eso es porque no hay nada que obstaculice su visión.
El escritor, tumbado boca arriba, mordisqueaba el tallo seco de un matojo.
—¿Recuerdas cuando eras niño —prosiguió doña Maru—, cuando jugabas a unir puntos para ver qué dibujo aparecía al final?
—Me encantaba —respondió el escritor con una sonrisa repleta de nostalgia.
—Pues esas estrellas son como los puntos de aquellos cuadernos. Si los unes correctamente, verás el dibujo.
—¿Y de qué dibujo se trata? —preguntó el escritor.
La anciana hizo una pausa antes de responder.
—Es el dibujo que tú mismo dibujaste siendo niño, el dibujo de lo que tú eres en realidad, pero que olvidaste, como le sucede a casi todos los adultos, cuando abandonaste la niñez. Y por eso, también como casi todos los adultos, estás triste: porque te olvidaste de quién eres en realidad.
El escritor estuvo a punto de dejar salir una lágrima.
—No te aflijas —le consoló la anciana—. Esa persona te sigue esperando. Jamás te ha abandonado. Sólo necesitas llamarla e invitarla a regresar.

«Los pasajeros» colaboran con Marsi Bionics

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Hoy quiero ofreceros otra acción dentro de la campaña Letras en acción. Pero antes, una pequeña historia.

 

Como si de la aventura de una banda de rock se tratase, recientemente recuperé los derechos de  mis novelas. Mi editorial habitual y yo nos «divorciamos». Se trató de un divorcio amistoso, elegante y nada traumático para ninguna de las partes (seguimos manteniendo una excelente relación). El caso es que decidí dejarlas descansar hasta que encontrase otro destino para ellas.

Desde los inicios de mi carrera he tenido claro que, más allá de mi labor literaria, quería desarrollar una labor social —algo que, desde entonces, he llevado a cabo en la medida de mis posibilidades—.

Lo cual nos lleva a este momento. Considerando el contenido de mi novela Los pasajeros, llegué a la conclusión de que no podría haber un mejor destino para ellos que servir a quienes más lo necesitan (tal y como sucedía en la propia novela). Y pensé que apoyar a Marsi Bionics era una fabulosa idea. Marsi Bionics es una empresa española que ha creado el primer exoesqueleto para niños [Más info aquí].

Ésta es la propuesta: hasta el 17 de julio de 2017, donaré 1 € por cada ejemplar vendido de la novela. El proceso será absolutamente transparente y se desarrollará del siguiente modo: en mi cuenta de Twitter @gabrirodenas publicaré el mismo 17 de julio un print con los ejemplares vendidos de acuerdo con Amazon; sin pudor, sin ego. ¿Qué significa esto? Que lo haré tanto si se han vendido 0, 1, 20 ejemplares como si 1.000 o 10.000.000. El número de ejemplares vendidos será la cantidad en euros que automáticamente donaré a Marsi Bionics a través de su plataforma. La donación se hará a nombre (nick) de Los pasajeros, y el print de transferencia se publicará también en Twitter.

No hay más reglas; no tienes que seguirme en Twitter. No tienes que hacer nada aparte de hacerte con la novela. El resto lo dejo a tu buena voluntad (aunque se agradece difusión).

Puedes seguir todo el proceso a través del hashtag #ElMundoQueYoQuiero.

 

Y ahora te pregunto, ¿te unes a Los pasajeros?

 

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