Después de leer este artículo, la pornografía no te parecerá tan inofensiva

  

Tal vez te estés preguntando qué demonios hace un escritor hablando de pornografía. De modo que te responderé en pocas palabras: porque considero que se está convirtiendo un riesgo para la salud pública.

Al hilo de ciertos acontecimientos, bien conocidos por todos y todas, que guardan relación con una visión distorsionada de la sexualidad y las relaciones humanas, he considerado oportuno —ya no como escritor o filósofo, sino como padre y como hombre— dar un paso al frente y poner de manifiesto algunos de los riesgos de un «pasatiempo» para nada inofensivo. Me refiero al porno, claro que sí.

Conviene dejar claro que mi postura no tiene nada que ver ni con razones de carácter religioso o moralista, sino científicas y, por supuesto, con una motivación social. Asumo el riesgo de equivocarme, pues aún estamos en 2017 y los efectos de esta nueva «droga» sólo pueden preverse, pero señalaré algunos puntos que pueden ser clave para comprender hacia dónde nos dirigimos y cómo podemos cambiar el curso de los acontecimientos.

Digámoslo sin ambages: a fecha de hoy, los niños (y ya algunas niñas) están saturados de pornografía y material sexualmente estimulante desde mucho ante de haber mantenido relaciones sexuales reales con otra persona. ¿Qué va a suceder cuando pasen a la acción? Como mínimo, que partirán desde una concepción distorsionada de la realidad de las relaciones sexuales.

A falta de una educación sexual y afectiva, la pornografía ocupa ese lugar, convirtiéndose en la «escuela de sexo» de los más jóvenes. El problema es que los profesores, profesoras y directores del centro no están verdaderamente preocupados por el desarrollo afectivo y emocional de sus alumnos, sino única y llanamente en ganar dinero a toda costa. Si eso implica seguir ofreciendo una versión machista, degradante y cosificadora de la sexualidad, no importa. Lo que cuenta es el negocio.

¿Piensas que es casual que nuestros jóvenes sean todavía más machistas que sus padres o abuelos? Sigue leyendo.

Desafortunadamente, el asunto no acaba ahí.

En una sociedad que cree haberse liberado de las cadenas de los preceptos religiosos y moralistas (estos, normalmente, también inspirados en el verbo divino), el consumo de pornografía, si bien no es algo de que suela hablarse abiertamente, ha dejado de estar demonizado.

Esto no quita que, año tras año, las consultas médicas y psicológicas debido a problemas de adicción al sexo, cibersexo o la pornografía crezcan de manera exponencial. Y no sólo eso: por primera vez, gente cada vez más joven —incluso adolescentes— acuden a consulta aquejándose de problemas que tradicionalmente afectaban a individuos (hombres normalmente) mucho mayores, tales como la falta de deseo, la disfunción eréctil o la eyaculación precoz.

Tampoco yo había reflexionado sobre este asunto hasta que, casi por casualidad, documentándome para mis clases de deontología (sí, además de ocuparme de mis actividades literarias, soy profesor de deontología en el ámbito audiovisual), llegué a una charla TED impartida por Gary Wilson. Al principio, el escenario que Wilson dibujaba me pareció extraño y confuso. Algo que suele motivar que mi «sentido arácnido» se dispare. De modo que decidí investigar un poco más al respecto.

No tardé en toparme con las declaraciones de Gabe Deem, Noah Church o Alexander Rhodes, hombres jóvenes que, tras haber experimentado algunas de las disfunciones mencionadas anteriormente, decidieron abandonar la pornografía, la masturbación… e incluso el orgasmo (esto tiene truco. Esperad un poco). Además de sufrir tales inconvenientes, mencionaban problemas tales como la confusión mental, la depresión, la ansiedad, la culpa, el aislamiento, irritabilidad, fobia social, los problemas para establecer relaciones con personas de carne y hueso y no píxeles en una pantalla, etc.

 

Ya sé lo que estás pensando: siempre ha existido la pornografía —incluso en la antigüedad— y no parece haberle hecho daño a nadie. ¿Qué de malo iba a tener?

Conviene resaltar que el origen de los problemas que los detractores del porno mencionan se fija en la llegada de Internet de alta velocidad; la que ha permitido que en la actualidad cualquier chaval de diez o doce años (edad en la que se estima que se empieza a consumir pornografía hoy día) pueda ver más mujeres y hombres desnudos en diez minutos que sus antecesores en varias generaciones (o vidas). A diferencia de los formatos anteriores —fotografías, revistas, dibujos o incluso algún VHS—, Internet de alta velocidad favorece el denominado efecto Coolidge del que hablaré en un instante.

El efecto Coolidge, tal y como Gary Wilson sostiene, es el factor principal en la génesis de la adicción al porno.

 

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Explicaré dicho efecto Coolidge con un ejemplo. Imaginad que hay una rata macho al que se le ofrece una hembra para que pueda fecundarla. Al principio, el macho lo intentará hasta la extenuación. Mas este impulso irá agotándose de manera progresiva. Poco a poco dejará de mostrar interés en la hembra por mucho que ésta se preste a la cópula. Si a esa misma rata macho le proporcionaran otra hembra distinta, su interés y voracidad se reactivaría de inmediato. ¿Qué se sigue de aquí? Que tan importante como el acceso ilimitado al objeto de deseo resulta la variedad. Imaginad al antiguo consumidor de pornografía: por mucho que pudiera mirar y masturbarse con una misma imagen, acabaría cansándose. Y es aquí donde entra Internet de banda ancha, ya que permite tanto el acceso a casi todo el mundo y la descarga y visionado a tiempo real de imágenes y vídeos de contenido pornográfico cada vez más variado y extremo por las razones que señalaré más adelante. Todo en cantidades ilimitadas (ningún ser humano podría ya visionar todo el material pornográfico que existe).

¿Y cuál es el problema? ¡Tanto mejor! ¿No?

La cuestión es que el uso de pornografía —como de cualquier otra droga o incluso sustancia (como las que contiene la comida basura)— presenta un correlato fisiológico. En concreto, neurológico. Se ha estudiado de forma reciente la denominada neuroplasticidad del cerebro; cómo nuestro cerebro se adapta físicamente a los impulsos y estímulos que recibe. En otras palabras, que el cerebro no es estable e inmutable, sino que, de hecho, cambia estableciendo nuevas vías y redes neuronales.

Entre los diversos cambios que operan en él se halla en incremento de dopamina, un neurotransmisor conocido popular y un tanto erróneamente como la «hormona del placer», y la consiguiente necesidad de aumentar el consumo para mantener estables los niveles de dopamina. Esto es lo que le pasa a un alcohólico cuando necesita subir su dosis para que «le haga efecto». O a un drogadicto. O a un ludópata… Y no sólo eso, sino que también comienza a necesitar sustancias más fuertes: de la cerveza al whisky, de la marihuana a la cocaína… Indudablemente, no todo el mundo reacciona igual, pues cada cerebro es único. En cualquier caso, el consumo —especialmente el continuado— tiene un efecto o impacto en el sistema de recompensas del cerebro.

Aplicado al universo de la pornografía, podemos decir que esto se traducirá en pasar de unos minutos al mes o a la semana a unos minutos al día. Estos se irán convirtiendo en horas y, por el camino, el usuario (hombres en su mayoría, pero con un creciente número de mujeres) se encontrará a sí mismo o a sí misma husmeando en contenido cada vez más extremo y desagradable, hasta el punto de que lo que antes consideraba repugnante será lo único que consiga excitarle. Los pornógrafos conocen perfectamente este proceso y crean contenido cada vez más variado e intenso para satisfacer a una audiencia cada vez más insensibilizada.

Al mismo tiempo, su visión de la realidad de las relaciones sexuales se irá distorsionando lo que podrá ocasionarle no pocos inconvenientes en el futuro. A la objetización y «pornificación» de los demás se sumará una mayor desconexión entre creencias sobre el sexo y su realidad. Como Gabe Deem reconoció, había llegado un punto en el que no era capaz de ver a una chica guapa y pensar «qué sonrisa tan bonita o qué simpática» en lugar de imaginársela practicando cualquier acto sexual extremo.

Asimismo, como ya he señalado, la pornografía contribuye a seguir manteniendo vivo el machismo y la cosificación de la mujer, así como a normalizar una serie de prácticas y comportamientos del todo indeseables. De modo que resulta necesario preguntarse: ¿hay un «porno bueno»? La respuesta, a juicio de Gary Wilson, es no. Cualquier tipo de pornografía te va a afectar; lo único discutible es en qué medida.

 

Ante esta situación, e impulsados por las charlas de Wilson, su libro Your Brain Porn y el blog del mismo nombre, se han creado otras asociaciones, grupos de Reddit y comunidades destinadas a ofrecer información, apoyo y ayuda a quienes consideran que el porno ha dejado de resultar placentero y comienza a interferir en su vida laboral o personal. Las más activas son la fundada por Gabe Deem, Reboot Nation, y el proyecto No Fap.

Lo que estos grupos proponen es un programa de desintoxicación que, basándose en la idea de la neuroplasticidad, permita al cerebro recuperar su estado natural, su «configuración de fábrica»; un reseteo. El mecanismo es muy sencillo, si bien hay diversos programas y modelos.

Básicamente, el proceso consiste en superar un «reto», se recomienda un mínimo de noventa días, durante el cual el usuario se abstendrá de ver pornografía o cualquier otro contenido susceptible de resultar erótico (sí, nada de meter las narices en Facebook o Instagram o lo que sea en busca de perfiles de personas atractivas), de masturbarse y… de tener un orgasmo. Aquí es donde se establecen una serie de grados en función del compromiso, necesidades o intereses del rebooter. Si alguien tiene pareja, no padece disfunción eréctil u otra incapacidad, y desea mantener relaciones sexuales, no hay problema (aunque los partidarios del programa recomiendan abstenerse también de mantener relaciones sexuales durante el reseteo). No hay que olvidar que el objetivo de estos programas no es la promoción de la abstinencia como forma de vida, sino devolver al individuo al estado de sexualidad natural —natural en un sentido amplio, claro está—, sin la necesidad de un consumo de pornografía que o bien le dificulte relacionarse de manera adecuada con otras personas o bien le cause problemas en cualquier aspecto de su vida. Cabe recordar que estas asociaciones tampoco apelan a justificaciones religiosas o morales, sino de carácter científico.

A fin de ofrecer ayuda y apoyo a los interesados e interesadas, organizan foros abiertos donde cualquiera puede exponer sus dudas, preocupaciones o experiencias. En España también hay varios canales de Youtube que abordan la temática.

El movimiento va ganando cada vez más adeptos y en su espíritu se encuentra el deseo de transmitir una buena noticia: si eres adicto o adicta al porno, las vas a pasar canutas, pero no te preocupes. Hay solución. Y no sólo eso, podrías incluso llegar a convertirte en un «dios» o una «diosa» del sexo… saludable.

De nuevo, la clave reside en la educación.